jueves, 2 de mayo de 2013

Romance del 2 de Mayo



Madrugaba la mañana
por las lindes de Palacio
y un carruaje aguardaba
un traicionero traslado
que con destino a Bayona
llevaría a dos muchachos;
encañaban ya los trigos,
y en flor estaban los campos,
lo que equivale en romance
a decir que era por mayo.

Plácido dormía Murat
y Napoleón dormía plácido
ajenos a los rumores
que se extendían por los patios,
por las plazas, las callejas
y los cruces aledaños.
Un rumor como de pólvora
que sólo pide un chispazo
para prender las conciencias,
para enardecer los ánimos
de las gentes de Madrid,
que hartas ya de gabachos
se lanzan en una orgía
de sangre y de navajazos.
Un delirio popular,
un homicida arrebato
desencadenó la furia
del inculto populacho
contra la tropa invasora
que desconocía el tamaño
de las gónadas de un pueblo
en su orgullo atropellado.

Zapateros, taberneros,
manolas, críos, criados,
se lanzaron a degüello
con lo que tenían a mano:
cuchillos, dientes y puños,
cubos de agua hirviendo y palos,
frente a un enemigo invicto,
temible y bien preparado
que sufrió un buen revolcón
a las primeras de cambio.
Quedaron los gobernantes
por el miedo agarrotados.
Quieto quedóse el Ejército
exceptuando a un puñado
de oficiales que se unieron
a los vecinos más bravos
e hicieron de Monteleón
–Velarde y Daoíz al  mando–
una resistencia heroica
que igualaría la de El Álamo. 

En la calle, paradojas
de la vida y sus milagros
se daban vivas al rey,
a un Fernando el Deseado
que resultó indeseable,
dañino, cruel y nefasto.
Mientras que los madrileños
regaban el empedrado
con su sangre, inmerecida
por tan brutal soberano,
Goya daba testimonio
con trazos extraordinarios
de lo que fue la jornada
más gloriosa de estos barrios. 

(Publicado en Tetuán 30 Días)

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